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Archive for enero 2020

Supersticiones del año bisiesto

Este año 2016 es bisiesto, lo que significa que el mes de febrero tiene 29 días, y eso sucede cada cuatro años. Considero que todos conocen la historia del calendario y la razón de introducir un año de 366 días cada cuatro años (calendario juliano) con excepción de los fines de siglo que no son divisible por 400, como 1700, 1800 y 1900 (calendario gregoriano). Por eso en esta columna me concentraré en la etimología del término “bisiesto” y sus vínculos con la política y la superstición.

Al final de la República Romana el calendario civil tenía 12 meses y un total de 354 días. La diferencia con los 365 días del calendario solar se arreglaba añadiendo después del 23 de febrero un  mes de 22 o 23 días (mes “mercedonius”) cada dos años. El cambio estaba a cargo del Sumo Pontífice, quien le vio rápidamente el negocio al asunto: podía aumentar días al mandato de sus amigos políticos (cónsules y pretores) para prorrogarlos en el poder. Recientemente hemos visto, en Venezuela y Argentina, todo lo que se puede hacer en un día más en el poder, aunque sea el último. Asimismo, para buscar prorrogarse en el cargo, en Bolivia ya no es necesario manipular el calendario: es suficiente hacerlo con la constitución. Obviamente, existían también en Roma intereses económicos: aumentar al calendario un mes o un día afectaba a los vencimientos de las deudas, de las cuales casi ningún romano se libraba.

La confusión reinante en los dominios romanos debido a casi tres meses de diferencia entre el calendario civil y el solar  fue resuelta científicamente por el astrónomo egipcio Sosígenes y administrativamente por el “dictador perpetuo” Julio César el año 46 aC. Se la conoce como la reforma “juliana” del calendario, mediante la cual febrero pasaba a tener 29 días. Sin embargo Julio César, supersticioso como todos sus paisanos, colocó el día que había que añadir cada cuatro años después del 23 de febrero, siguiendo la tradición. Pero ese día ahora estaba ocupado por el 24 de febrero (sexto día antes de las calendas de marzo), así que repitió el 24 de febrero, llamando a ese año “bisextus” (bisiesto). Además, haciendo caso a los “llunkus” que siempre rodean al poder, renombró el quinto mes contando desde marzo (“quintilius”) con su nombre (julio), el cual, por ser impar, era considerado un mes fausto.

El sucesor del Julio César, el emperador Augusto, no quiso ser inferior a su tío, y se atribuyó el sexto mes, “sextilius”, que entonces tenía 30 días. Por decreto imperial, lo rebautizó como agosto y, por supersticioso,  le aumentó un día, quitándolo a febrero que, por ser el mes dedicado a los difuntos, era infausto “per se”. De ese modo, febrero se quedó con los 28 días actuales sin que nadie protestara bloqueando las carreteras del imperio.

Los que sí provocaron tumultos fueron los londinenses cuando en el año 1752 su Gobierno decidió poner en práctica, con casi dos siglos de retraso, la reforma “papista” del calendario gregoriano. De hecho el astrónomo Johannes Kepler había comentado sarcásticamente, por el año 1600, que los luteranos preferían estar en desacuerdo con el sol a estar de acuerdo con el Papa. En realidad, la razón del motín de Londres  fue el rumor que los 11 días, eliminados para ajustar el calendario, no iban a ser  remunerados.

Finalmente, en cuanto a los mitos en torno a los “infaustos” años bisiestos, es suficiente reflexionar que un mismo evento puede ser propicio para unos e nefasto para otros, como está aconteciendo con el follón en torno a  la empresa china CAMCE y su reparto y como sucederá con el resultado del Referéndum del 21 de  este mes.

Así que ¡a gozar sin temores del día extra que nos regala (sin paga extra) este año bisiesto!

Publicado en Página Siete el 11/1/2020

Publicado también en Los Tiempos, La Patria, El Día, Agencia de Noticias Fides, El Correo del Sur.

Los Reyes Magos en la historia, la tradición y el arte

Lea el artículo completo de imágenes en:

https://www.paginasiete.bo/gente/2020/1/5/los-reyes-magos-en-la-historia-la-tradicion-el-arte-242452.html

A continuación, reproduzco el texto del artículo.

Si asumimos la historicidad del episodio narrado en el Evangelio de san Mateo, los Magos, que no Reyes, llegaron desde Oriente a Belén, guiados por una “estrella” (una señal astronómica o un símbolo teológico) para “adorar al Rey de los judíos recién nacido”. La palabra griega “magoi” tiene diferentes significados, positivos y negativos, pero en nuestro caso se refiere con mucha probabilidad a sabios, astrólogos que proliferaban en las cortes imperiales de la antigüedad, hasta el siglo XVII por lo menos. Por ejemplo, Johannes Kepler, el descubridor del movimiento planetario, tenía el cargo oficial de astrólogo de la corte de Praga.

La función del astrólogo era interpretar los signos del cielo para asesorar al monarca en torno a decisiones vitales para su vida y la del reino. Cuánto de conocimiento astronómico y cuánto de criterio político y hasta sicológico había en ese asesoramiento es muy difícil medir. Algo similar sucede hoy con los adivinos y consejeros sentimentales que, en momentos de crisis, política o afectiva, llenan su agenda de citas con meses de anticipación.

Si bien tradicionalmente la Iglesia ha interpretado el episodio de los Magos como una “epifanía” – la manifestación del Salvador a las naciones-, sin embargo, en el texto de Mateo su visita parece jugar el rol de justificación del traslado de la sagrada familia de Belén a Nazaret. En efecto, Mateo no conoce que Jesús nació en Belén a causa del censo romano (aspecto que sí conoce San Lucas) y según él, a raíz del paso de los Magos por Jerusalén se desencadena la matanza de los inocentes por Herodes el Grande, cuya amenaza obliga a José a refugiarse en Egipto con su familia y de ahí establecerse finalmente en Nazaret. Sin embargo, no hay indicios de que José haya hablado en contra de Herodes desde Egipto, con la venia de los monarcas de allá.

El evangelio de san Mateo no da mayores indicaciones sobre número, nombres o procedencia de los Magos; gran parte de la tradición se basa en los evangelios “apócrifos”, que no son necesariamente fake news, sino que la Iglesia no los reconoce como oficiales, sin excluir que algo de realidad histórica pueda reflejarse en sus páginas.

Con base en los relatos apócrifos, muy pronto, como atestigua una pintura en las Catacumbas de Domitila en Roma (siglo II), la tradición fijó en tres el número de los Magos. Hay dos interpretaciones de ese número. La primera, más temprana, es que tres son las edades del hombre: juventud, madurez y vejez. Alternativamente, hacia el final de la Edad Media, se interpretó que tres eran los continentes conocidos en ese entonces: Asia, África y Europa (las islas griegas). El mago de Asia fue representado con vestimenta de un árabe o persa; el mago de África por supuesto con piel negra y él de Europa como un sabio filósofo. Pero eso, por más equitativo que parezca, no calza con la narración de que los magos venían de Oriente, Mesopotamia o Persia. Una curiosidad es que, a comienzo del siglo XVI, a pocos años del descubrimiento de América, uno de los magos adquiere semblante de un cacique indio. Un ejemplo es el retablo de Vasco Fernandes, conservado en el Museo Grao Vasco, en Viseu, Portugal (1501-1506). Lo propio observamos más tarde en el Perú a cargo de las Escuelas Flamenga y Cuzqueña.

Hacia fines del Medioevo, junto con las representaciones pictóricas de la anunciación del Ángel a María y de la adoración de los pastores, se vuelve popular entre los artistas representar la Adoración de los Magos. Esa representación tiene ciertos elementos comunes (códigos) que poco a poco van evolucionando. Como el objetivo de este artículo no es hacer una reseña de las interpretaciones artísticas de la Adoración de los Magos, señalaré solo algunos de esos “códigos”.

Del arte oriental viene la representación del “celo de José”. José es representado distante de la escena, ensimismado, meditabundo, como si dudara de su rol de padre. Más tarde se refuerza esa representación con la presencia de un diablo que tienta a José.

En cuanto a los Magos, inicialmente se los representa caminando en solitario hacia Belén, luego aparecen montando caballos que, hacia el siglo XV, se vuelven curiosos camellos pintados a veces de memoria o con base en la descripción de un viajero. En pleno renacimiento los Magos no están solos, sino que los acompaña todo un cortejo de personajes vestidos a la moda de la época, como en la “procesión de los Magos” de Benozzo Gozzoli (1459). Al otro extremo, Andrea Mantegna (1500) elimina todos los elementos superfluos, para regalarnos una especie de “selfie” de los personajes, representados, al mismo tiempo, con tres edades y tres naciones.

Otra curiosidad es que, en un ambiente dominado por varones, dos pintoras participan de manera destacada en la representación de esa escena: la barroca Artemisia Gentileschi (1636) y la más clásica Lavinia Fontana (1560).

 Entre los artistas que nos han dejado obras maestras en esa temática, cada uno con su sello personal, destacan, además de los nombrados, Giotto, Gentile da Fabriano, Masaccio, Botticelli, Leonardo, Durero, Tiziano, Memling, el siempre misterioso Giorgione, Rubens, Velasquez y hasta el inefable Salvador Dalí, que pintó un conjunto de tarjetas navideñas en los ’60 del siglo pasado.  

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