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Archive for febrero 2021

Patria

Patria es el título de una serie de HBO, basada en la novela homónima de Fernando Aramburu, que aborda algunos aspectos de la temática de Euskadi (país vasco) durante y al final de los “años de plomo”.

Más que la historia del insano camino que tomó la lucha de esa singular nación, con su correlato de represión estatal, Patria es la descripción de los desencuentros de dos familias de un pequeño pueblo azotado por ETA.

En efecto, la narración explota las relaciones de dos familias amigas (una obrera y otra empresarial), enfrentadas a partir de la extorsión de ETA al empresario, tachado de “traidor” por resistirse a pagar.

Los lazos entre las dos familias se deterioran aún más luego del asesinato del empresario, en el cual participó un hijo de la familia obrera, quien, finalmente, termina arrestado, torturado y condenado como autor del crimen.

El drama se centra en dos poderosas figuras femeninas: la viuda del empresario y la madre del joven terrorista. La viuda, obligada a dejar el pueblo ante la hostilidad del entorno y aquejada por un mal terminal, regresa, una vez que ETA abandona la lucha armada, con la obsesión de buscar (para otorgarlo) el perdón de la familia obrera. Sin embargo, encuentra una barrera infranqueable en el fanatismo de la madre del terrorista que se resiste a reconocer la responsabilidad de su hijo (que en el fondo es la suya) en el crimen. El desenlace, largo y complejo, es la victoria del amor y del perdón sobre el fanatismo y el resentimiento, gracias también a la fe religiosa, sólida, aunque diferente, que comparten las dos mujeres.

La visión de la serie me ha dejado varias enseñanzas cuya descripción no cabe en una columna de opinión. Por eso me limitaré a dos aplicaciones, una general y otra para la casa.

En general, la historia narrada es una denuncia del poder destructor del fanatismo (más allá de justificaciones subjetivas y objetivas) cuando desemboca en el terrorismo y la muerte. Es una fuerza ciega que ataca no solo instituciones, deja no solo víctimas inocentes, profundiza no solo las divisiones sociales, sino que destruye familias, amistades y sueños. Ese fanatismo, en nombre de un resentimiento nacionalista, devasta valores éticos y políticos, familiares y religiosos. La respuesta no es la violencia, que solo logra alimentar la espiral del mal, sino el poder sanador del amor, cimentado en la fe en la bondad del hombre.

Pensando en Bolivia, las muestras públicas, incluso de las más altas autoridades políticas, de glorificación del pasado guerrillero, violento y terrorista de algunos personajes recientemente fallecidos, por cierto no ayudan a crear esa cultura de paz, tolerancia y convivencia mutua que el país necesita. Indudablemente, el ser consecuente con sus ideales es una virtud, excepto cuando se vuelve pretexto para seguir en el camino equivocado.

Lo mismo se puede decir de la “nueva justicia” en la cual muchos pusimos ingenuamente nuestra esperanza. En los hechos, renunciando al camino de la rectificación de las causas que, por la insana ambición de dos individuos, originaron dolor y luto en la población boliviana, se exasperan las divisiones, los resentimientos y el odio, transmitiendo una sensación de impunidad de los crímenes del “bando vencedor”. Como si una victoria electoral pudiera otorgar privilegios éticos. ¿Acaso no lo denunció hace 2700 años el profeta Isaías?: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!”

En fin, ¡cuánto nos cuesta aceptar que la Patria, antes que un territorio para dominar y explotar es un conjunto de lazos que nos atan, en un destino común, a la tierra, a la gente y a las diferentes culturas que la habitan!

Columna publicada en Página Siete y otros medios nacionales el 20 de febrero de 2021.

Sin transición energética el futuro es más sombrío

febrero 12, 2021 1 comentario

En más de una oportunidad se ha reclamado la urgente necesidad de encarar un Plan de Transición Energética (PTE), sin que se perciba el más mínimo interés por parte de las autoridades para encaminar esa transición que todos los países, incluso nuestros vecinos, han tomado muy en serio desde hace varios años.

En breve, un PTE es una política de estado para transformar la matriz energética del país, incorporando las Energías Renovables No Convencionales (ERNC) a la generación eléctrica, mediante acciones concretas y plazos definidos.

Bolivia tiene dos razones de peso para elaborar y aplicar el PTE. La primera es la suscripción de acuerdos internacionales (COP-21) que nos obligan a disminuir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera a la mitad de las actuales hasta el año 2050. En Bolivia, esas emisiones se originan, más que en el sector energético, desde la quema de cobertura vegetal. Por tanto, la tarea es simple: proteger los bosques y regular las quemas agrícolas.

La segunda razón es más relevante: el ciclo del gas (principal sustento de la economía del país) está agonizando y el resfrío de sus exportaciones provoca la fiebre de la balanza comercial energética, próxima a ser deficitaria. Se produce menos gas, se lo exporta menos y a precios cada vez menores, mientras se sigue importando y subsidiando combustibles.

En ese contexto se perciben dos actitudes: el empecinamiento en seguir buscando fuentes no renovables que mantengan campante al inviable modelo de desarrollo rentista y la voluntad de encaminar una transición hacia el uso masivo de las fuentes de ERNC, que abundan en el país y detonarán una transformación estructural del modelo actual.

El gobierno de Luis Arce, contagiado por el virus del populismo, parece obstinado a aferrarse a un modelo rentista, agotado e insostenible. El avance de las ERNC no se detendrá porque se perfore exitosamente uno o dos pozos más o se construya con dinero público otro elefante azul, como la polémica planta de biodiésel. Sin contar con que, sin importar las intenciones, las empresas estatales han demostrado ser, en su mayoría, un mal negocio para el Estado; una deuda oculta, diría mi abuela.

Por tanto, más vale estar preparados y tener una “vacuna” con que enfrentar la dura realidad que nos traerá el fin del ciclo del gas. Ciertamente es necesario optimizar el uso del gas como recurso energético y financiero durante la transición, para lo cual deben caer las barreras ideológicas que han llevado al estancamiento del sector y a espantar los escasos capitales de riesgo. Simultáneamente, un plan de electrificación masiva del país, en todos los nichos posibles, asegurará la “energía para los bolivianos”, permitiendo ahorrar el escaso gas que nos queda.

Es cierto que las ERNC no generan regalías ni IDH, pero sí empleo y riqueza, sin necesidad de apostar a quiméricas exportaciones de electricidad. Para ese fin, se requieren cambios en las leyes para fomentar la generación distribuida, para que nuevos actores, de todo tamaño, puedan invertir y contribuir al aprovechamiento de sol, viento y agua. ¿Qué se espera para incentivar la electromovilidad urbana y desalentar el uso de combustibles contaminantes y subsidiados en las ciudades? ¿Cuánto ahorro se tendría sustituyendo en las minas el diésel por electricidad?

Finamente, un estudio, encargado recientemente por el Programa las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) a la Universidad Católica Boliviana, ha abordado toda esa temática y ha propuesto una “hoja de ruta” para construir en plazos razonables el Plan de Transición Energética que Bolivia requiere y espera, detallando tiempos, actores y acciones. La pelota está ahora en la cancha del gobierno.

Publicado en Página Siete el 6 de febrero de 2021