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¿Era Jesús de “buena familia”?

Es común preguntar por el apellido de una persona desconocida con la cual vamos a tener alguna relación (el galán de una hija o la enamorada del hijo) con el fin de inferir sobre la calidad social de su familia. A no ser que se descubra que en esa familia hay miembros no precisamente ejemplares según la moral o la justicia. Para eso, la ciencia proporciona hoy hasta análisis de “ancestría”, un regalo en estas fiestas sugerido por influyentes periódicos.

En víspera de la Navidad, me pregunto si la familia de Jesús calificaría como “buena familia” según el criterio común. Desde luego, no me refiero a José y María, sino a los antepasados de Jesús, como los conocemos por la genealogía que nos ha transmitido Mateo al comienzo de su evangelio. Ese texto, en apariencia aburrido, enumera simbólicamente los descendientes de Abraham en tres grupos de 14 ancestros: 14 hasta David, 14 hasta el Destierro en Babilonia y 14 hasta Jesús. 

Empezamos por preguntarnos: ¿cuál sería el apellido de Jesús? Las Escrituras dan pistas en ese aspecto: el equivalente moderno del apellido es Natzoreo, que significa “pertenecientes al clan de los descendientes del rey David”; el “Netzer” -el brote- de su padre Jesé, en palabras del profeta Isaías. En algunos idiomas modernos “hijo de David” se traduciría Davidovic o Davidson.

Algunos de mis lectores objetarán que Jesús, al no ser hijo biológico de José, mal podría compartir con aquel el mismo árbol genealógico. Sin embargo, según las costumbres de ese tiempo el padre “oficial” era el padre a todos los efectos. De hecho, los emperadores romanos solían adoptar como hijo al que querían que les sucediera en el trono.

Ahora bien, la genealogía oficial de Jesús nos proporciona antecedentes de su linaje. En ella se mencionan sorprendentemente a cuatro mujeres -además de María, la madre- y no todas de buena reputación. Se mencionan a Tamar, quien se acostó con su suegro Judá, aunque por una causa justa (Gen 38) y a Rajab, una prostituta de Jericó que ayudó a los israelitas a conquistar esa ciudad (Josué 6). Otra extranjera, la admirable Rut, terminó casándose con Booz, un descendiente de Rajab y bisabuelo del rey David (Rut 4). La cuarta mujer es Betzabé, adúltera y causante del asesinato de su esposo Urías por parte de David, pero a la postre madre del rey Salomón (2Sam 12).

Tampoco se salvan algunos varones, especialmente varios impresentables reyes davídicos. Entre estos últimos hubo asesinos, como Joram que mandó matar a sus seis hermanos para consolidar su poder (2Cro 21); idólatras, como Manasés, quien derrochó todo el legado reformador de su padre, el buen rey Ezequías, restableciendo el politeísmo en Jerusalén (2Cro 33) y vendepatrias, como Elyaquim, hijo del santo rey Josías, quien aceleró, mediante equivocados vasallajes políticos, la destrucción de Jerusalén (2Cro 36).

Con esos antecedentes, la pregunta del título de esta columna se vuelve cuanto menos ociosa, debido a que las luces y sombras de los ancestros de Jesús se parecen a las nuestras. En efecto, ¿qué familia no carga con las taras de antepasados de dudosa reputación?

Por tanto, es totalmente desacertado confiar en el prestigio y valor de los apellidos, sean de extranjeros racistas, de criollos sumisos o de caciques siempre en busca de privilegios. Porque, más que la herencia de genes y blasones, lo que cuenta en la vida es lo que cada uno construye con su esfuerzo. El mismo Jesús Natzoreo nos dio un ejemplo de cómo asimilar, sin complejos ni concesiones, un discutible legado familiar.

Esta columna navideña cierra otro año de multifacéticas entregas, aunque unidireccionales, a mis 25 fieles lectores, a quienes deseo, junto a sus familias, “buenas” de verdad por ser suyas, un feliz reencuentro con Jesús Natzoreo, que vino, viene y vendrá.

Esta es una versión revisada y aumentada de la columna publicada en Página Siete, y otros medios nacionales, el 24/12/2022.

Francisco no renuncia

Publicado en Página Siete ( y otros medios nacionaales) el 6/8/2022

La reciente visita del papa Francisco a Canadá ha puesto en evidencia el deterioro de su ya frágil salud y ha avivado los rumores en torno a su inminente renuncia. No sabemos si esos rumores se volverán realidad, pero, indiscutiblemente, este papa a algo no renuncia.

Primeramente, Francisco no renuncia a ser valiente y humilde, al reiterar el pedido de perdón de la Iglesia a las víctimas del genocidio cultural producto de las políticas gubernamentales de colonización a las que instituciones católicas colaboraron activamente. Eso sucede cuando se subordinan los valores evangélicos a la colaboración acrítica con los gobiernos, un pecado en el cual todas las religiones suelen caer fácilmente.

Asimismo, Francisco no renuncia a quitar privilegios a la Curia y a instituciones religiosas. El reciente Motu proprio “Para tutelar el carisma” quita al Opus Dei una serie de privilegios concedidos por Juan Pablo II, como la “prelatura personal” del Papa y el derecho a que el Prelado sea obispo, entre otros. Siempre hubo dudas y chismes acerca de las razones de esos privilegios, pero lo cierto es que ahora el Opus Dei dependerá, como cualquier otra congregación, del Dicasterio del Clero, al cual deberá rendir cuentas. Sin embargo, creo que el mayor beneficiario de esa medida será el propio Opus Dei, en la medida en que emprenda un camino de purificación para deshacerse de su excesivo poder y de sus privilegios mundanos para recuperar el carisma de la obra.

Finalmente, Francisco no renuncia a “mirar hacia adelante” en temas polémicos de la moral sexual y matrimonial, que pertenecen al ámbito de la ética progresiva, pero cuya doctrina representa una barrera que separa a muchos bautizados de la Iglesia. En particular, la moral sexual referida a la concepción y a la regulación de la natalidad ha transitado en los últimos 50 años de la controvertida encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI (1968), que cosechó disensos y críticas, incluso en el seno de la jerarquía de la Iglesia, hasta la tajante “Evangelium vitae” de Juan Pablo II (1995), que reafirmaba la doctrina más conservadora al respecto.

Lo valioso de las encíclicas mencionadas es la defensa del derecho a la vida y a la procreación frente a políticas, impulsadas por las grandes potencias y sus organismos internacionales, de imponer el control de la natalidad en los países pobres mediante coerciones que también Bolivia ha sufrido. Comparto con aquellas enseñanzas que la pobreza no es consecuencia del crecimiento demográfico, sino todo lo contrario. De modo que, antes de imponer políticas antinatalistas, sería mejor ocuparse en reducir la pobreza.

Ese concepto no ha variado con el papa Francisco, pero algo se mueve en torno al otro concepto de “paternidad responsable” que implica concebir los hijos que una pareja está en condiciones de criar y educar en el mundo de hoy, y no del siglo XIX.

La pregunta, que a mi venerable edad resulta totalmente desinteresada, es: ¿de qué métodos (no abortivos, se entiende) dispone una pareja para elegir responsablemente ese número ideal de hijos? La respuesta de la Iglesia sigue siendo la defensa de la eficacia de los métodos “naturales” que, como se sabe, de eficaces y naturales no tienen mucho. Más aún, ¿no será que promoviendo esos métodos se alienta una especie de “paternidad irresponsable”, porque se obtiene un resultado que no se quiere?

Un reciente seminario de expertos, impulsado por el propio papa Francisco, ha debatido sobre “condiciones y circunstancias prácticas que harían irresponsable la elección de engendrar” y ha abierto una ventana que puede ayudar a reconciliar a la Iglesia con parejas cristianas marginadas de los sacramentos por querer ser responsables.

La dimensión religiosa del conflicto en Ucrania

Publicada en Página Siete y otros medios nacionales el 6/03/2022

He tomado prestado el título (y la fuente histórica) de esta columna del análisis del filósofo y periodista Jorge Enrique Mújica, publicado en http://es.zenit.org del 27/2/22.

Si bien la invasión rusa y la heroica resistencia de la población ucraniana no se relacionan directamente con causas religiosas, sabemos, sin embargo, cuán relevante puede llegar a ser el factor religioso, especialmente cuando se producen modificaciones de fronteras y desplazamientos forzosos de personas.

En efecto, no es fácil separar lo político de lo religioso en medio de conflictos étnicos. Cuando en el antiguo Israel, a la muerte del rey Salomón, se produjo un cisma político que dividió el reino de Israel en dos estados monárquicos, del Norte y del Sur (algo que para los profetas podía ser tolerable), al poco tiempo se promovió, desde el nuevo orden político, un cisma inaceptable entre el culto del Templo de Jerusalén y un nuevo culto inventado e impuesto en el reino del Norte.

¿Cómo olvidar, a este respecto, el fracasado intento de Evo Morales de crear, “a la carta”, la surreal Iglesia Católica Apostólica Nacional Boliviana?

Hace más de mil años se produjo el gran cisma religioso entre la Iglesia de Roma y la de Constantinopla, cuya confesión, autodenominada “ortodoxa” (o sea, de la correcta doctrina) sigue separada de la Iglesia “católica” (o sea, universal). Aún así, subsistieron iglesias de rito oriental que mantuvieron su comunión con Roma y precisamente una de éstas, la Iglesia greco-católica, cuenta hoy con un 10% de la población ucraniana, con mayor presencia en las regiones occidentales del país.

Los ortodoxos de Ucrania pertenecen a dos ramas, enfrentadas entre sí, que responden a los dos grandes Patriarcados, de Moscú y de Constantinopla. Desde Juan Pablo II ha habido un notable acercamiento de Roma con el Patriarca Bartolomé de Constantinopla (pero no así con el de Moscú, Kirill, amigo personal de Putin) y con la Iglesia Ortodoxa de Ucrania (IOU). Esta nueva confesión -que hoy representa el 40% de la población- se separó del Patriarcado de Moscú el año 1992, como corolario de la independencia de Ucrania (24/8/1991) y recién el año 2018 fue reconocida oficialmente como “autocéfala” (autónoma) por Constantinopla, profundizando aún más la división con Moscú, incluso con excomuniones de por medio.

Por tanto, es previsible que la invasión y sucesiva ocupación rusa de Ucrania ahondarán la grieta entre las dos Iglesias ortodoxas ucranianas, a tal punto que no se descarta que un objetivo secundario de la invasión sea “disciplinar” a la rebelde IOU. De hecho, es lícito suponer que una prolongada ocupación de Ucrania por el régimen de Moscú fortalecería la rama pro rusa (que cuenta aún con un 30% de fieles), en detrimento de la IOU (que incluso podría desaparecer, tras la probable incautación de sus bienes) y de la greco-católica, en medio de la guerra de proselitismos que desde siglos se combate en Ucrania, con la participación de los aguerridos y tradicionalistas líderes católicos de ese país.

A la espera del desenlace bélico y, ojalá, diplomático, en algo las tres principales confesiones ucranianas pueden colaborar (y en parte ya lo están haciendo): poner su infraestructura al servicio humanitario de las víctimas del conflicto; mantener las iglesias abiertas, como refugio y lugar de oración, incluso ecuménica; y buscar la paz y la reconciliación, antes que terciar en favor de una de las partes en conflicto. De ese modo, se evitará el peligro de echar gasolina religiosa a un fuego que está destruyendo a ambas naciones, por la insana ambición de poder de un individuo que ya se ha ganado un podio en la galería de los personajes más infames de la humanidad.

La Navidad y los escritos apócrifos

diciembre 24, 2021 1 comentario

Mi regalito de Navidad para mis fieles lectores, en el día de la Navidad.

Es sabido que, a pesar de su popularidad en la cultura moderna, “la más bella fiesta del año” fue introducida tardíamente en la liturgia de la Iglesia. Menos conocido es el hecho de que varias creencias en torno al nacimiento de Jesús tienen su origen no en los evangelios, sino en otros escritos llamados “apócrifos”.

Apócrifo etimológicamente significa “oculto”, pero en el contexto religioso se refiere a un escrito no incluido en el canon de los libros de la Biblia. Este hecho no significa necesariamente que un libro apócrifo sea falso o contradictorio con la doctrina de la Iglesia. Al contrario, en su mayoría se trata de repeticiones y ampliaciones, a veces fantasiosas, de los escritos canónicos, sin excluir la existencia de material original, fruto a veces de tradiciones orales que no tuvieron cabida en la Biblia.

Los libros apócrifos aparecieron tarde con respecto a los canónicos; sufrieron modificaciones a lo largo del tiempo y suelen responder a temáticas propias de su época con fines apologéticos. Por ejemplo, hacia fines del siglo II se dio exagerada importancia en las iglesias orientales al tema de la virginidad de la madre de Jesús antes, “durante” y posteriormente al alumbramiento de su hijo, quizás para contrarrestar rumores que ponían en duda el “honor” de María. Pero, contradictoriamente al “durante”, en esos mismos ambientes se introdujo la fiesta de la “Purificación de María”, relacionada con la purificación postparto, y remplazada en el evangelio de Lucas por la presentación de Jesús en el Templo.

Lo interesante es que, gracias a la gran popularidad que tuvieron algunos apócrifos en la edad media (incluso con traducciones multilingües), se introdujeron en la piedad cristiana, de oriente y de occidente, algunas creencias que persisten hasta el día de hoy, además de inspirar a muchos artistas. Por ejemplo, se cree que los padres de María se llamaban Joaquín y Ana, sin que haya mención de ellos en la Biblia, aunque no se puede descartar la existencia de tradiciones orales. Lo propio podría decirse sobre la presunta estadía de la niña María en el Templo y sus desposorios con José.

Otro hecho que los apócrifos nos ayudan a discernir es la cuna de Jesús: aunque Lucas habla de un “pesebre” -el recipiente de donde comen los animales, pero sin mencionar la presencia del buey y el asno- los apócrifos hablan de una “gruta”, una formación común en los alrededores de Belén, capaz de dar mayor privacidad que una posada al alumbramiento de un niño.

Algunos de los hechos narrados buscan satisfacer la curiosidad (incluso morbosidad) de las nuevas generaciones de cristianos por conocer pasajes desconocidos de la infancia de Jesús. Un ejemplo es el estado civil de José antes de casarse con María. El apócrifo Protoevangelio de Santiago, además de describir una serie de hechos milagrosos que acompañaron el nacimiento de Jesús, nos presenta la versión de que José era viudo con hijos de su anterior matrimonio (los “hermanos de Jesús” de los evangelios) y que era muy mayor que María, como refleja gran parte del arte pictórico occidental. Pero “hermanos” en el medio oriente son también los familiares de diferente grado, algo presente incluso en nuestras culturas originarias.

Finalmente, “unos magos que venían del Oriente”, según el evangelio de Mateo, se transforman en entre dos y quince visitantes, según los diferentes apócrifos que, además, precisan nombres, procedencia, edades, etnias y su interacción con Herodes.

En resumen, hay que tomar los escritos apócrifos por lo que son: narraciones piadosas, a veces fantasiosas, a veces arraigadas en tradiciones orales, pero que no aportan ni quitan nada a la esencia de la fe en el Cristo.

Publicado en la web de varios medios nacionales el 25/12/2021

Categorías: biblia, religion

Una buena dosis de sofrosine

No, estimado lector, la sofrosine no es un remedio, tampoco una vacuna. En la mitología griega, Sofrosine fue uno de los espíritus que escaparon de la caja de Pandora cuando ésta la abrió. Entonces Sofrosine huyó hasta el Olimpo, abandonando para siempre a la humanidad en poder de Hybris.

En la literatura griega antigua la sofrosine es la virtud ideal de un individuo bien equilibrado, y que, por eso, manifiesta otras cualidades, como la templanza, la moderación, la prudencia y la autoestima. Todo lo contrario del descontrol, la arrogancia y la ira (hybris). Los romanos le decían “sobrietas”.

Se sabe que la interpretación metafórica de la mitología alumbra diferentes campos del conocimiento humano.

Un concepto equivalente a la sofrosine ha permitido desarrollar la física clásica desde Newton, mediante la descripción de los fenómenos mediante una sucesión de estados de equilibrio. De hecho, un sistema, sujeto a fuerzas moderadas, suele alcanzar un estado de equilibrio estable.   Un ejemplo puede ayudar a entender la anterior analogía. La famosa capa de ozono se forma a una altura entre 20 y 40 km de la atmósfera porque más arriba hay mucha radiación UV y poco oxígeno, elementos indispensables para formar el ozono, y más debajo de 20 km hay poca UV y mucho oxígeno.  Asimismo, en las clases de física mis alumnos se volvían especialmente participativos cuando preguntaba: “¿por qué los aviones comerciales suelen volar a una altura de unos diez kilómetros?”. La respuesta está otra vez en el equilibrio entre la eficiencia energética por volar a más altura (a menor densidad del aire, menor consumo de combustible) y la resistencia estructural de la nave, cuyo costo y peso se incrementan con la altura.  Consideraciones similares valen también para otras disciplinas científicas, como la ley biológica del equilibrio (dinámico) entre predadores y presas.

Lo sorprendente es que las anteriores observaciones pueden aplicarse hasta a la política. Por ejemplo, incluso el manoseo de la justicia debe hacerse con sofrosine, algo que el actual gobierno no acaba de entender. Una presión moderada sobre fiscales y jueces puede tal vez ayudar a acelerar el desenlace de unos casos ejemplares, pero un abuso descarado del sistema judicial se vuelve un bumerán para la credibilidad democrática del gobierno. Es exactamente lo que está sucediendo con el apresamiento abusivo de la expresidenta Jeanine Añez, donde la hybris parece sobreponerse a la sofrosine. Por cierto, el informe del GIEI es una muestra de sofrosine y la conducta de Luis Arce lo es de la hybris.

El insigne filólogo Bruno Snell (“El descubrimiento del espíritu”, 1946) sostiene que la hybris es el primer enemigo de la democracia, en tanto fuerza contraria al equilibrio al que deben aspirar el individuo y la sociedad en el desenvolvimiento de sus acciones. Snell tenía como referencia al nazismo; 75 años después nuestros referentes son otros, interna e internacionalmente.

En verdad, el actual momento político requiere una buena dosis de sofrosine y una purga de hybris, no solo en el gobierno, que es quien más las necesita, sino también en las oposiciones, aún en busca de la justa mesura entre lo relevante y lo accidental de su fiscalización. En efecto, una oposición desmesurada consigue cohesionar las diferentes corrientes del partido de gobierno, mientras una oposición razonable logra poner en evidencia las contradicciones de esa coalición corporativa.

En fin, ¡qué hermoso sería si, desde este mes de la Patria, el espíritu sometiera los instintos y frenara las pasiones, y nos tratáramos como personas, diferentes en muchos aspectos, y no como enemigos; en resumen, si la sofrosine dominara sobre la hybris.

Publicado en Página Siete (y otros medios nacionales) el 21/08/2021

El don Huáscar que aún vive en mí

Acabo de subir a mi blog mi más reciente columna publicada en P7 (15/5/21) y otros medios nacionales.

Con Huáscar Cajías Kaufmann interactué en contadas ocasiones, de modo que poco podría aportar al merecido homenaje en el centenario de su nacimiento y a 25 años de su partida. No obstante de lo anterior, percibo que intimé con él mucho más de lo que uno esperaría dadas esas circunstancias. De hecho, hay personalidades que impactan tanto en la vida y en la mente que se vuelven familiares.

Mi primer encuentro con don Huáscar se los debo a Albert Einstein. Corría el año 1979 y se conmemoraba el centenario del nacimiento del genial físico alemán. En mi calidad de Director de la Carrera de Física fui delegado para organizar un evento científico y mediático en la Universidad de San Andrés. Visité la Carrera de Filosofía y logré invitar personalmente al Dr. Cajías. En el breve diálogo que sostuvimos, me quedé sorprendido con su confesión de que filosóficamente se consideraba un tomista, subrayando: “no un neotomista, sino un tomista tradicional”, o sea, un aristotélico cristiano, atributo que pude confirmar en varias de sus actuaciones como periodista, defensor de los derechos humanos, servidor público y penalista. Acerca de la concepción relativista del tiempo, recuerdo que, sin rodeos, sentenció: “por lo visto, para los físicos el tiempo es tan solo una entidad geométrica”. En fin, ¡el tomista no resultó tan radical, si se arrimó a la “medida del alma” de San Agustín!

Don Huáscar era mayormente conocido como maestro de periodistas e histórico director de Presencia, cargo que le otorgó el privilegio de recibir una artera y rabiosa patada de un paramilitar enviado por el “ministro de la cocaína”, Luis Arce Gómez, en el vano intento de conseguir la fuente de una noticia perjudicial para el régimen que valientemente el periódico católico acababa de publicar. Las patadas que recibiría hoy don Huáscar (de las Redes Sociales y de Impuestos) serían más refinadas.

Hay una manera infalible de apreciar una persona: a través de los hijos, la mayor de sus creaciones. A lo largo de mi vida universitaria, y fuera de ella, tuve el privilegio de relacionarme con la mitad de su numerosa prole; en ellos y ellas, aun con sus diferentes talentos intelectuales, opciones ideológicas y caminos existenciales, pude ver reflejada la personalidad multifacética y, sobre todo, ética del padre.  Aunque, en verdad, ¡los nietos no se quedan atrás!

Huáscar Cajías es una de esas raras personalidades bolivianas que suscitan mi admiración humana, cristiana y profesional, tal vez porque representa un modelo de lo yo quise ser. En efecto, me veo reflejado en él, pero en algo más profundo y diferente que en el aspecto físico, la profesión elegida o la fecunda paternidad. Ese algo es el servicio.

Como don Huáscar, aunque a escala mucho más modesta, también yo he ejercido la docencia y la investigación; ambos hemos servido al país cuando se nos requirió (él en el TSE, yo en el gobierno de Carlos Mesa) y a la Iglesia y su jerarquía de muchas maneras; los dos hemos contribuido al afianzamiento de la Universidad Católica (él como docente, yo como miembro de la Junta Directiva). Sobre todo, ambos hemos tratado de dar razón de nuestra fe y formar una familia comprometida con los valores humanos, ciudadanos y cristianos.

Eventualmente, los dos quedamos viudos de la madre de nuestros hijos, cargamos con el peso de la soledad y encontramos, en el ocaso de la vida, tiernas compañeras para llevar a cumplimiento, mediante un amor maduro y definitivo, la misión (el “nombre”) que recibimos desde la eternidad. Recibimos, pues, un nombre parecido, como se parecen todas las estrellas, aunque de diferente luminosidad.

Ese es el don Huáscar que aún vive en mi mente, en mi corazón y en mi espíritu.

Publicada en Página Siete el 15/5/2021 y también en Los Tiempos; El Día, La Patria; Correo del Sur; El Potosí; Agencia de Noticias Fides; Brújula Digital, entre otros.

El populismo según el Papa Francisco

He subido a mi blog mi más reciente columna de opinión.

La interpretación del pensamiento y la personalidad de Jorge Bergoglio (Papa Francisco) depende del lente de sus observadores.

Los “progres” lo ven como un timorato sostenedor de los procesos de transformación emprendidos por la izquierda, sobre todo latinoamericana, aunque, en el fondo, como un aliado de los movimientos sociales. Sin embargo, los progres latinoamericanos (los mismos negacionistas del fraude) en su mayoría no ahorraron ácidas críticas y calumnias contra el recién elegido Papa.

Los neoconservadores (“neocones”), a su vez, no lo bajan de simpatizante de los frentes del Alba, Foro de Sao Paulo y Grupo de Puebla. Indudablemente, Francisco aparenta mayor simpatía por los peronistas que por los macristas y se muestra más condescendiente con Evo que con Bolsonaro, para ir a los extremos.

Algunas de esas percepciones encuentran asidero en acciones y señales concretas que suelen relacionarse con el entorno de Bergoglio, conformado por polémicos asesores y antiguas amistades gauchas. Sin embargo, si el Papa Francisco ha aprendido (a golpes) a lidiar con la Curia Romana, con mayor razón es de esperar que pueda lidiar con demagogos diletantes.

Un importante apunte vino del mismo Papa en el discurso más político de su visita a Bolivia, cuando -en Santa Cruz – manifestó su entusiasta adhesión al proceso de cambio, pero en cuanto “proceso”; lo mismo que desear un queque no implica necesariamente tragarse un queque de coca.  En otras palabras, el cambio anhelado desde nuestra visión de la sociedad y del desarrollo es un proceso dinámico que puede resultar en un éxito o un fracaso, dependiendo de cómo se lo lleva a cabo.

La reciente encíclica “Fratelli tutti”, que yo traduciría “Hermanas y hermanos”, dedica el capítulo quinto (en particular los numerales 154-169) a temas álgidos de la política contemporánea. Juan Manuel De Prada, en el diario ABC de Madrid, insinúa críticamente que la encíclica tiene rasgos más personales que universales: “A Francisco… lo empequeñece el miedo al fracaso”. En el contexto del regreso del péndulo político latinoamericano hacia el centro democrático, esa insinuación cobra cuerpo en la crítica franca y directa que dirige Francisco al populismo, como contrapeso a la habitual y justa crítica al liberalismo, como queriendo tomar distancia de los fracasos de ese modelo.

Francisco empieza apuntando a las raíces comunes de ambas conductas:  el desprecio a los débiles que, para los “neocones”, son los perdedores, indigentes y migrantes, y, para el otro bando, son los opositores, los diferentes, los indígenas pobres. Mismos intereses, diferentes justificaciones (155).

Luego la encíclica señala que “pueblo” (una categoría mítica fundada en identidad y pertenencia) no encaja necesariamente en el populismo, una conducta que, cuando es buena se vincula con lo popular, pero que, si se extravía, solo genera polarización en la sociedad.

De hecho, el Papa fustiga “la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder”. El insano populista -añade el Papa- exacerba las bajas inclinaciones de un sector de la población y cae “con formas groseras o sutiles en un avasallamiento de las instituciones y de la legalidad” (159). A buen entendedor…

Un atributo del populismo -sigue Francisco- es el inmediatismo que se revela cuando respuestas pasajeras como los bonos se vuelven permanentes (161) en perjuicio del desarrollo económico. Lo verdaderamente popular, concluye el Papa, es un trabajo digno, resultado de un cambio profundo del modelo de desarrollo, en el cual se valore la capacidad y el esfuerzo.  

Publicado en Página Siete el 19/10/2020

No murió por Covid19, murió porque cedió su corazón

Esta semana comparto mi espacio de opinión con el Padre Max Schiller, un misionero alemán que vive desde hace 46 años en el Norte de La Paz (Titicachi, municipio de Chuma).

P. Max, miembro de la congregación de los Hermanitos de Jesús, pertenece a la Diócesis de El Alto, cuyo Obispo, Mons. Eugenio Scarpellini, falleció recientemente.

Ambos, Max y Eugenio, son mis hermanos mayores en este caminar detrás de Jesús, el Buen Pastor; con ellos he vivido momentos de angustia al pasar por cañadas oscuras y pausas de descanso junto al agua de los oasis de la vida; vida que, para Eugenio, se ha transfigurado en eterna.

Antes de Navidad, tuve la suerte de compartir una “última cena” con él y un puñado de amigos, durante la cual relató algunos pormenores de la compleja y milagrosa negociación que, gracias también a su entrega, logró la pacificación de Bolivia y la transición democrática. Porque eso fue Eugenio: un pastor servicial, un amigo leal y un corazón incansable para construir la paz. De hecho, acierta el P. Max en decir que la muerte de Mons. Eugenio no fue por Covid19, sino por la entrega generosa hasta el extremo de su corazón.

 El texto siguiente del P. Max me representa totalmente en este momento de profundo dolor, pero siempre apoyado en la roca firme del Señor.

“Mons. Eugenio murió el 15 de julio de dos infartos. Murió en El Alto, en el Hospital “Sagrado Corazón” donde ingresó, contagiado por Covid 19, para descansar y curarse en aislamiento. Cuando personas muy activas entran en reposo, salen a la superficie problemas acumulados. No creo que los problemas de Mons. Eugenio tenían mucho que ver con su trabajo de obispo y la diócesis de El Alto. Los problemas eran más bien de índole política y social. Desde que fue nombrado obispo de El Alto el año 2013 le tocó ser portavoz de la Iglesia Católica. Al frente tenía un gobierno triunfador y socialista. Nunca tuvo la vida fácil en ese cargo.

A nivel local, El Alto es una ciudad conflictiva y pasó por momentos muy penosos como la quema de la Alcaldía con varios muertos, estando la policía a unas cuadras retenida por órdenes superiores. Luego hubo el Referéndum del 21 febrero de 2016 en el cual Mons Eugenio llevó la voz de la iglesia en favor de la democracia. Asimismo, participó en la redacción de cartas pastorales de la Conferencia Episcopal que reflexionan sobre el cuidado del medio ambiente y la compleja problemática de la producción de las drogas y de su consumo interno.

Y, por último, su actuación en los acontecimientos de octubre y noviembre de 2019, el fraude, el abandono de funciones del presidente, luego las tragedias de Sacaba y Senkata; todo eso pasó por el corazón del pastor.

Cuando dos poderes se enfrentan, en los medios y en las calles, sin aparente solución, Mons. Eugenio, junto con otros actores, logra instalar con éxito una mesa nacional de diálogo. En consecuencia, la Asamblea Legislativa Plurinacional y la Presidenta elaboran y aprueban una nueva ley electoral.

El corazón del pastor sigue latiendo, pero viene la pandemia, con enormes consecuencias. Hay interferencias desde Argentina, hay desunión entre las fuerzas democráticas, las elecciones se acercan y se avizoran nuevos problemas políticos y sociales. Monseñor Eugenio visita sus parroquias, escribe sus homilías, celebra eucaristías por televisión y Facebook y, finalmente, da positivo y entra en cuarentena.

En el reposo el corazón recuerda. Mons. Eugenio no murió de Covid19, porque éste afecta al pulmón. Murió de infarto al corazón por tantos problemas acumulados. El corazón del buen pastor no dio más; por todo lo del pasado y por lo que iba a venir en adelante.

Él está en mis oraciones. Que descanse en paz. P. Max”.

Publicado en Página Siete el 25/07/2020

Categorías: homenaje, religion

Dilemas en torno a la vida

He subido a mi blog, mi más reciente columna

La concomitancia de la pandemia Covid19 y la Pascua me inducen a replantear dilemas fundamentales acerca de la vida, la libertad de disponer de ella y el rumbo de la condición humana. Algunos de esos dilemas develan dos posiciones ideológicas que esquemáticamente llamaré: la de “primero está la vida” y la de “que la naturaleza haga su trabajo”.

La primera postura ha sido asumida por las políticas públicas de cuarentena obligatoria y estricta que los gobiernos han adoptado casi unánimemente, con base en un concepto irrelevante tan solo un siglo atrás: la vida del individuo, de cada individuo sin discriminación, es más importante que las libertades individuales y la economía de un país.

En efecto, se ha hecho notar que hace un siglo, durante la pandemia de la influenza “española”, la vida transcurría con toda la normalidad posible. Es cierto que murieron millones de personas, pero el mundo, los países, las economías no se detuvieron. En fin, prevaleció la postura fatalista de “que la naturaleza haga su trabajo”, como suele hacerlo con una gripe común y corriente.

También hoy esa posición tiene sus partidarios, aunque minoritarios y de todos los signos políticos. Puede parecer una postura eugenésica, disfrazada de una extraña “piedad” por las generaciones futuras; sin embargo, tiene cierta justificación si es acompañada por una conducta social higiénica, educada y bien informada. La experiencia del Japón y de los países nórdicos de Europa muestra que allá donde se cultivan esos comportamientos se tiene un escudo inmunológico social que hace superflua la coerción. ¡Cuánta falta hace, en nuestro medio, la educación cívica, higiénica e informativa!

De todos modos, si bien está prevaleciendo la postura de “primero la vida”, el dilema inicial vuelve a presentarse porque, por un lado, el virus sí discrimina: de hecho, sus víctimas preferidas son los ancianos con enfermedades crónicas y los pobres en países carentes de mínimos servicios médicos. De modo que, al margen de las políticas públicas, la naturaleza sigue haciendo su trabajo.

Adicionalmente, el desborde del número de contagiados obliga a los médicos a establecer una jerarquía en la atención a los enfermos. Por ejemplo, para la asignación de los insuficientes ventiladores entran en juego diferentes criterios bioéticos: la gravedad y urgencia, que no siempre coinciden; la probabilidad de sobrevivencia, la edad y la realidad socio- económica del contagiado.

No sin razón, los partidarios de que “la naturaleza haga su trabajo” podrían objetar que los responsables de la salud de un hospital estarían suplantando a la naturaleza, a Dios, en decidir, sin duda con angustia, quiénes tienen más derecho a vivir. Y, sin embargo, leemos -ironías de la vida- de ancianos de 90 y hasta 100 años que han logrado recuperar la salud, mientras que enfermos más jóvenes no lo han logrado.

Ahora bien, si se prioriza la vida hay que ser consecuentes también ante el dilema de salvar al bebé o la madre en un parto de alto riesgo; ante el embrión indeseado que se aferra al vientre materno; ante el enfermo terminal que implora dar fin a su sufrimiento; ante la tentación de la eugenesia; ante la pena de muerte; incluso ante la radicalidad del “amor pascual” de quién valora tanto la vida que está dispuesto a ofrecer la suya por los demás.

En fin, una pregunta sigue flotando en el aire: ¿quién mide el valor de la vida para que los tomadores de decisiones (médicos, jueces, legisladores) definan a quién se debe intentar salvar con prioridad?

La respuesta está, a mi parecer, en la combinación sabia del lema “primero está la vida” con la aceptación humilde de que, llegado el caso, “la naturaleza tenga que hacer su trabajo”.

Página Siete, 18/04/2020

¿Hacia un mundo nuevo?

El coronavirus Covid19 ha fortalecido sentimientos de temor, sospecha, inseguridad, egoísmo y depresión ante la fragilidad de la vida expuesta a un enemigo invisible. Eso mismo sucedió en todas las pandemias que, a lo largo de la historia, azotaron a la humanidad y motivaron conductas más deplorables de las que vemos hoy.

Sin embargo, junto con las peores lacras de la humanidad, también emergieron sentimientos y actos de solidaridad y heroísmo, como los que vemos, de manera directa, en los países más afectados.

Es reconfortante destacar y recordar que esos azotes, que tantas víctimas y sufrimientos cobran, suelen generar también consecuencias inesperadas y positivas en el largo plazo. Son similares a un parto difícil y doloroso que termina engendrando una nueva vida; como si la naturaleza quisiera enmendar, periódica y cruelmente, nuestras conductas suicidas.

El año 1348, en Europa explotó la llamada “Peste Negra” que, según algunos historiadores, arrasó con 48 millones de vidas provocando una inédita crisis demográfica. Dos siglos después, esa tragedia quedó plasmada en el impresionante cuadro “El triunfo de la muerte”, una joya pictórica de Pieter Brueghel el Viejo, exhibida en el museo El Prado. En la literatura, esa peste sirvió de inspiración a Giovanni Boccaccio para escribir El Decamerón, una obra maestra de la literatura. En la introducción, Boccaccio describe el desolador panorama de Florencia y la degradación humana y social que se manifestó en esas circunstancias.

Sin embargo, la crisis demográfica que sobrevino a la peste provocó una verdadera revolución social. El alquiler de la tierra reemplazó el sistema de servidumbre feudal y la burguesía se impuso a la decadente nobleza, gracias a la pujante producción generada por una renovación de las máquinas, las finanzas y las rutas del comercio. Asimismo, el sentido de fragilidad de la existencia que dejó esa experiencia abrió las puertas a la explosión del Renacimiento en todas sus facetas.

El año 1665, un brote de peste estalló en una hacinada Londres, llegando a diezmar la población de aquella ciudad. Esa tragedia inspiró una obra maestra del reportaje periodístico: “Diario del año de la peste” de Daniel Defoe, una lectura obligada en nuestra cuarentena, si no estuviera agotada.

Un joven bachiller del área rural, ante el cierre de la universidad de Cambridge, eligió recluirse en cuarentena en su casa en Woolsthorpe, en la campiña de Londres, para dedicarse a investigar algunas cuestiones que le rondaban en la cabeza. Mediante cálculos y experimentos, Isaac Newton hizo que el año 1666 sea recordado en las ciencias como el “Año de las Maravillas”.  En efecto, ese año fue cuando Newton fundó la mecánica, para cuyo fin inventó el cálculo infinitesimal, descubrió la naturaleza de la luz y el origen de los colores y concibió la ley de la gravitación universal. Podríamos preguntarnos si Newton, sin la amenaza de la peste, hubiese podido propulsar el “nuevo mundo” de la revolución científica e industrial que sobrevino. Nunca lo sabremos.

¿Qué nos dejará de bueno el Covid19? Por lo pronto está logrando lo que la clase política mundial no consiguió: la drástica reducción de la contaminación ambiental en zonas de alto riesgo, como China y el norte de Italia, al margen de los efectos benéficos sobre el calentamiento global, que es prematuro estimar.

Sin embargo, la esperanza mayor es que, pasada la amenaza a la salud, volvamos a nuestros comienzos (Génesis), mediante una ecología integral que privilegie relaciones sociales más fraternas, el respeto a toda la creación y el gusto por los valores espirituales.

¡Es la oportunidad de ser recordados como “los hombres nuevos” del Siglo XXI!

Publicado el 21/03/2020 en Página Siete y otros medios nacionales.