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Archive for the ‘ciencia y sociedad’ Category

La sal en la ensalada no proporciona calorías

Publicada el 4 de marzo de 2023 en Página Siete (digital), y otros medios nacionales.

La historia económica de Bolivia está marcada por ciclos explotadores y exportadores de recursos naturales no renovables. Primero, durante más de tres siglos, fue la plata; el siglo XX vio el auge del estaño y, al terminar éste, se desarrolló a lo largo de unos 50 años (un período cada vez más corto) el ciclo de los hidrocarburos.

Cada uno de esos ciclos, mediante su aporte en divisas, contribuyó, en alguna medida, al desarrollo del país y produjo un salto cuantitativo y cualitativo en la economía boliviana, consolidando, al mismo tiempo, el sistema rentista, que mantiene el Estado.

Desafortunada y culpablemente, el ciclo del gas está llegando a su fin, de modo que es natural preguntarse cómo se sostendrá a futuro la economía del país. Mi percepción es que no habrá un ciclo dominante, sino ciclos menores que coexistirán: la agroindustria, la omnipresente minería (minerales tradicionales, oro y tierras raras) y, en especial, el litio. De hecho, las esperanzas de nuestros gobernantes están depositadas en la explotación de los salares que contienen recursos evaporíticos de clase mundial.

Sin embargo, ¡qué nadie se engañe!: no se trata solo de incentivar y cuidar ciclos económicos que garanticen los ingresos necesarios para el desarrollo del país (¡las proteínas). Se necesita, además, fuentes energéticas que alimenten y sostengan esos ciclos (¡las calorías!). Ni la agroindustria, ni la minería, ni el litio pertenecen a ciclos energéticos. Solo YPFB, “la fuerza que (podía haber) transforma(do) el país”, asegura, mediante los hidrocarburos, divisas y energía.

Para ser más específico, los agrocombustibles no son más que un parche, acotado y caro, para reemplazar un porcentaje poco relevante de los combustibles fósiles y tienen, además, el grave defecto de mantener subsidios ciegos y alentar la demanda, cuando de reducir y reemplazar la oferta se trata.

El litio, en contra de lo que reza un enorme valla colocada en el frontis del Campo Ferial de La Paz, no significa en absoluto “la industrialización de la energía del futuro”. Según una famosa expresión de Elon Musk, el litio es tan solo “la sal en la ensalada” porque representa un porcentaje ínfimo de una batería, en volumen, peso y valor monetario. Necesario, por supuesto, indispensable por ahora, ciertamente; pero ínfimo. Dicho sea de paso, mucho nos preocupamos por la soberanía de la extracción del litio, cuando su cadena de valor nos muestra que el factor multiplicador llega a veinte si logramos tener participación en la producción de baterías, acá o en la China, donde sea más conveniente.

En consecuencia, cabe preguntarse: ¿De dónde sacará Bolivia la energía necesaria para alimentar su economía, una vez que YPFB haya terminado de perder su potencia transformadora?

La respuesta está en el desarrollo de las fuentes renovables que Bolivia posee en abundancia; dos principalmente: el agua de la Cordillera Oriental y la radiación solar del Altiplano.

Ante el desafío de producir y garantizar (sin seguir importando) la energía necesaria para el desarrollo futuro, uno no puede dejar de recriminar el descuido de la exploración de hidrocarburos en los últimos años y el irresponsable retraso en diseñar y poner en marcha un plan de transición energética adecuado a la realidad del país.

Por último, el fin del ciclo del gas tiene también implicaciones políticas relevantes. El reemplazo del gas por la electricidad reducirá sensiblemente la renta que solía aportar el gas. De hecho, ya lo estamos sufriendo. Esto implica que el actual modelo de desarrollo estatista deberá adecuarse a los (menores) impuestos que le pueden aportar los otros ciclos económicos y ceder campo al capital privado como motor del desarrollo.

La carne y el medio ambiente

Columna publicada en Página Siete, y otros medios nacionales, el 26/11/2022

La palabra “carne” abarca a diferentes conceptos. Para un carnicero o una ama de casa es un alimento animal que se diferencia por su origen: bovina, porcina, ovina, equina, camélida, cunícola (de los conejos) y, dentro de otra categoría, avícola, aunque militantes del proceso de cambio no dejan de sorprendernos con sus emprendimientos de “granjas avícolas de leche”.  

Para un moralista, la carne (¡femenina!) tiene más bien una connotación sensual: pecados, placeres e impulsos carnales son universalmente conocidos y ampliamente practicados para tener que extendernos en ellos, aunque una justa actualización debería incluir los placeres de los mariscos, de los postres y del poder.

Para filósofos y teólogos, la carne es la parte corruptible del ser humano, una definición que me atrae más de la clásica griega de “cuerpo y alma”. En efecto, en la cultura semita el hombre está hecho de carne y espíritu, que se manifiestan en un cuerpo (y un alma) carnal y espiritual. De hecho, el judío Pablo de Tarso abrazó esa distinción.

En cuanto al sentido metafórico, solo mencionaré, por cuestión de actualidad, la “carne de cañón”, particularmente el “corte” denominado “funcionarios partidarios”, abusados para diferentes fines políticos.

El uso alimenticio de la carne tiene importantes implicaciones. Son conocidas las prohibiciones, como la de comer carne porcina entre árabes y judíos, cuyas raíces, tal vez, sean geo-sanitarias. Diferente origen tendría la prohibición de comer carne de vaca en la India, debido al valor económico y religioso de ese animal. Los vegetarianos y veganos se abstienen de comer carne, mas no proteínas vegetales, y hasta le encuentran una justificación en el Génesis, argumentando que antes del pecado “original” el hombre era vegetariano (Gen 1,29). Sin embargo, ese mismo argumento nos llevaría a concluir que antes del pecado las serpientes caminaban (Gen 3,14).

Existen también implicaciones dietéticas: comer habitualmente carne animal (especialmente carne roja) incrementaría algunas patologías (gota, colesterol alto, paros cívicos prolongados). Por eso se recomienda alternar carne roja con carne blanca y pescado (mejor si es sin el mercurio, obsequio de nuestros cooperativistas auríferos).

Las religiones desconfían del consumo de la carne, tal vez para cuidar la salud corporal, la espiritual o la económica de sus fieles. Muchos católicos de mi tanda han observado eventualmente el precepto de abstenerse de comer carne los viernes, particularmente en Cuaresma, en señal de mortificación. Ese precepto no le caía mal al cuerpo, al espíritu y al bolsillo, siempre y cuando no se sustituyera el hueso de la sopa con salmón o mariscos.

Pero, por sobre todo, están las implicaciones ambientales: la elevada huella ecológica que deja la crianza de una vaca está detallada en la muy recomendable página web de la Fundación Solón. El consumo de agua dulce (15.400 litros por kg de carne, según la FAO), las hectáreas de pastos dedicadas a cada animal (5 Has en el Beni), los desmontes y quemas anuales de pastizales y las elevadas emisiones de los gases de efecto invernadero de la bosta suelen ser tolerados e apoyados por los gobiernos de turno. ¿Acaso a cambio de nada Evo Morales recibió –tax free- de los ganaderos benianos un caballo de raza?

¿A qué viene todo esto? Se repite que poco podemos hacer contra el cambio climático y la inercia de los gobiernos, ricos y pobres. Sin embargo, algo, pequeño y profético, sí se puede hacer en el ámbito personal: abstenerse laica, consciente y voluntariamente de comer carne un día a la semana, en solidaridad con la Creación y para mitigar el impacto mencionado. La salud, el espíritu y el planeta nos lo agradecerán.

Dos abogados en el espacio

Publicado en Página Siete, y otros medios nacionales, el 23/7/2022

Se ha hecho costumbre, en el momento de lanzar un emprendimiento, como un campeonato de futbol o un telescopio espacial, poner un nombre emblemático (preferentemente de un difunto) a la iniciativa.

Si el campeonato se desarrolla en el Chapare, donde empieza un circuito agroquímico de alcance global y donde empezó su carrera política el más veterano (ex)presidente, no debería sorprendernos el nombre de esa copa, aunque el aludido goce de buena salud, al menos física.

Asimismo, si de lanzar al espacio un telescopio de última generación se trata, su nombre debe ser alusivo a un talentoso astrónomo. No solo eso, sino que el elegido debe estar preparado para que el siguiente proyecto, tal vez más relevante, lleve el nombre de otra personalidad y opaque al suyo.

Pienso en una futura Copa Lucho de clubes profesionales del fútbol planetario en el Salar de Uyuni o en la Copa BBVA de “tunkuña” en las oficinas de un inefable comediante que sigue procurando al país disgustos en lugar de risas.

Pienso, sobre todo, en el telescopio Hubble (HST), colocado, hace más de 30 años, en una órbita de la Tierra a 540 km de altura y opacado, en costos, prestaciones y ambiciones, por el telescopio James E. Webb, recientemente estacionado en una órbita del Sol a 1,5 millones de kilómetros de nuestra estrella.

El HST ha sido nombrado en honor del que se considera el mayor astrónomo del siglo XX, Edwin P. Hubble (1889-1953), descubridor, junto a su contemporáneo Georges Lemaitre (un cura y astrofísico belga), de la ley homónima de la expansión del universo. Esta ley afirma que cuánto más lejos del observador se encuentra un objeto tanto más rápido se aleja ese objeto (una galaxia, por ejemplo). Curiosamente, el año 2001 el HST comprobó que el universo no solo se expande, sino que lo hace de forma acelerada, un fenómeno que ha dado vida a la hipótesis de la existencia de la elusiva “energía oscura”.

Edwin Hubble trabajó durante decenios en el observatorio de Monte Wilson en California, logrando demostrar, junto a su colaborador Milton Humason (un ex “chofer” de las mulas que subían los equipos a la montaña) que nuestra Vía Láctea es solo uno de los miles de millones de galaxias que pululan el universo.

Con esos antecedentes, es lícito preguntar qué méritos tuvo James E. Webb para que se ponga su nombre a un telescopio que costó 10.000 M$ en los 20 años de su construcción (500 veces más costoso que el HST, que requirió 25 años de preparación) y cuyos avances técnicos están literalmente a la vista, cuando comparamos las imágenes de ambos instrumentos, aunque el HST opera en luz visible, mientras el Webb lo hace en el infrarrojo.

James E. Webb fue un abogado, burócrata y administrador de la NASA en los años 1961-1968, a cargo del desarrollo del programa Apolo que llevó un hombre a la Luna en 1969. Antes, fue subsecretario de Estado en el gobierno de Harry Truman y director de un importante consorcio petrolero. En suma, como se suele decir, un “rather Ford”, un hábil administrador, más que un (Ernest) “Rutherford”, la estrella científica de la física atómica experimental. Poner el nombre de James E. Webb refleja la importancia, en los proyectos científicos modernos, no solo de excelentes investigadores, sino de directores de orquesta capaces de gestionar la extrema complejidad de esos proyectos.

Además, James Webb no es el único abogado en el espacio. El mismo Edwin Hubble, para poder dedicar su vida a la astronomía, tuvo que graduarse antes en Leyes (¡y en Oxford!) a instancias de su padre, un abogado de seguros.

Es por eso el título de esta columna y no por lo que algunos malpensados podrían figurarse, aplicándolo a los abogados del gobierno que viven en la luna.

Laboratorios naturales

Publicada en Página Siete, y otros medios nacionales, el 11/06/2022

Más allá de los recientes escándalos, las universidades bolivianas siguen enfrentando el reto de la investigación. Sin investigación una universidad no debería llamarse tal; a los sumo será una guardería juvenil.

En esa actividad todas las universidades del país sufren carencias infraestructurales (laboratorios), económicas (presupuesto) y científicas (investigadores competentes), de modo que, salvando excepciones, los magros resultados saltan a la vista.

En el siglo pasado la investigación universitaria era en gran medida voluntarista. Partía de la iniciativa de un investigador, normalmente de regreso de sus estudios de posgrado, que, en no pocos casos, volvía a salir del país, frustrado por no poder seguir investigando en un ambiente carente también de incentivos. Adicionalmente, la toma de decisiones acerca de las políticas de investigación quedaba en manos de dirigentes docentes y estudiantes que, en aburridos eventos, seguían interrogándose en torno al “qué, cómo y quiénes” de la investigación.

Un país que ha avanzado firmemente en ese campo es Chile. En ocasión del reciente cambio de gobierno, me enteré de que el gabinete de Gabriel Boric seguirá impulsando los “Laboratorios Naturales” (LN), un concepto que ha despertado interés en el vecino país, particularmente en su Cancillería, desde la publicación del libro homónimo de José Miguel Aguilera y Felipe Larraín el año 2020.

Según la definición del mismo Dr. Aguilera, investigador de la Universidad Católica de Chile, los LN son “una singularidad o anomalía geográfica o geofísica a nivel planetario que atrae atención internacional, y que otorga ventajas comparativas para realizar investigación con impacto científico, social y económico”.

Esa noticia me llenó de alegría, debido a que desde hace 20 años en Bolivia, precisamente en el Laboratorio de Física de la Atmósfera de la UMSA, que por entonces yo dirigía, se forjó y aplicó exitosamente ese modelo, aunque sin plasmarlo en libros.

De manera sintética mencionaré que primero identificamos un área de investigación de interés de la población boliviana (la elevada Radiación ultravioleta y sus efectos sobre la salud), luego caímos en la cuenta de que Bolivia podía ofrecer lugares y temáticas de investigación atractivas para institutos similares del exterior, pero con mayores recursos y experticia. El estudio de la capa de ozono en altura fue la primera concreción de un LN, en colaboración con el INPE del Brasil. Luego promocionamos la atmósfera de los Andes tropicales que, como se sabe, es un indicador relevante del cambio climático. Con un puñado de laboratorios europeos emprendimos una “cooperación horizontal” que se concretó en la revitalización del prestigioso Laboratorio de Chacaltaya (a más de 5200 msnm). De ese modo, pese a los modestos recursos económicos del proyecto, siguen llegando al país equipos de vanguardia; hay intercambio permanente de científicos; se publica en revistas internacionales y una docena de brillantes graduados, la mitad mujeres, han podido cursar estudios de posgrado y recibir becas de investigación.

Además de la altura tropical, Bolivia posee otros LN (Amazonia, salares, glaciares, sitios arqueológicos, entre otros) que los institutos universitarios están en parte promocionando para construir una cooperación científica horizontal seria y duradera.

Ahora bien, si reemplazamos “laboratorios naturales” por “proyectos de desarrollo” de alcance internacional, el concepto sigue válido. Bolivia necesita no solo inversión privada (nacional y extranjera) para su desarrollo, sino inversión “constructiva”, como un reciente estudio de la Fundación Milenio ha evidenciado, para que sea mutuamente beneficiosa y duradera.

¿De qué color es la energía nuclear?

Once años después del lanzamiento de la primera bomba atómica sobre Japón, Gran Bretaña inauguraba una central eléctrica comercial basada en la energía del átomo. De ese modo, el uranio se incorporaba a las fuentes tradicionales de generación eléctrica (leña, carbón, hidrocarburos, caída de agua). Paralelamente se multiplicaba su uso pacífico en otros sectores (medicina, agricultura, industria, etc.)

La mayoría de los países industrializados optaron por diversificar su generación eléctrica incorporando la energía nuclear en su matriz, para reemplazar el carbón, pero también para sustraerse al chantaje árabe del petróleo. En América Latina, Argentina ha sido pionera en ese campo, generando electricidad nuclear desde el año 1974. Hoy existen en el planeta 443 reactores en operación en 35 países que dan cuenta del 10% de la generación mundial de electricidad.

Para producir electricidad nuclear se requiere tecnología y materia prima, principalmente uranio enriquecido. La primera viene con patentes comerciales y el uranio no es tan escaso en la corteza terrestre como se piensa (de hecho es más abundante que el oro, la plata o el mercurio); sin embargo, enriquecerlo para su uso comercial es laborioso y costoso.

El entusiasmo inicial por la energía del átomo empezó a enfriarse con el primer accidente serio (Mile Island, 1979) y se hizo pedazos con las tragedias de Chernóbil (1986) y Fukushima (2011). De hecho, el talón de Aquiles de las centrales nucleares es la seguridad que, a raíz de esos desastres, ha mejorado enormemente; aunque, al mismo tiempo, la oposición de amplios sectores de la población puso esas plantas en la lista “roja”.

De ese modo, en concomitancia con la crisis climática que lleva a privilegiar el uso de las fuentes renovables de energía, algunos países han emprendido un proceso de cierre de las centrales nucleares, empezando por las más antiguas y obsoletas, para dar paso a plantas de energía renovable.

Paradójicamente, la propia crisis climática ha llevado en los últimos meses a rehabilitar a la energía nuclear, sobre la base de algunos atributos suyos como: la continuidad de generación (24/365), el largo período de operación (hasta 80 años), las mejoras en los sistemas de seguridad y la neutralidad ante el calentamiento global (esas plantas casi no se emiten gases de efecto invernadero).

Por esa razón, la Comisión Europea recientemente ha propuesto poner a la energía nuclear (junto al gas natural) en la lista “verde”, en cuanto necesaria para asegurar la transición energética hacia cero emisiones netas de dióxido de carbono para el año 2045. La reacción de los influyentes partidos “verdes” no se ha hecho esperar y, por ahora, ha logrado frenar esa polémica iniciativa.

En todo caso, ante la constante subida de la boleta de la luz, la actitud de la gente hacia la energía nuclear se ha vuelto más articulada, con menos ideología y más pragmatismo; aunque, al igual que pasa con un régimen populista, incluso sus simpatizantes no la quieren cerca de sus casas.

Flota la pregunta: ¿se puede considerar verde a la energía nuclear solo porque sus centrales tienen larga vida y no emiten gases de efecto invernadero? Al margen del tema seguridad, quedan dos inconvenientes: el elevado consumo de agua dulce y el tratamiento de los desechos nucleares que, por su vida activa centenaria, representan desafíos tecnológicos, logísticos y económicos difíciles de contabilizar.

En fin, en algo se parecen los radicales antinucleares a los radicales antivacunas: suelen mirar solo las debilidades y no los beneficios, a sabiendas de que los segundos son más relevantes que las primeras y que éstas pueden ser mitigadas gracias a la ciencia y la tecnología.

Publicado en Página Siete y otros medios nacionales el 22/01/2022

El orden en el caos

El “annus mirabilis” de Italia, con la conquista de la Copa Europea de Selecciones, las victorias en la velocidad olímpica y el galardón mundial en un concurso de repostería, ha alcanzado la cumbre con la asignación del Nobel de Física a Giorgio Parisi.

La primera vez que supe de Parisi fue un día -recién cursaba el primer año de la carrera- en el que me detuve a observar por curiosidad las notas de los exámenes del segundo año. Me llamó la atención, además del elevado número de reprobados, que la resolución “oficial” del examen no la hiciera el profesor de la materia, sino el alumno que obtuvo la máxima nota: Giorgio Parisi.

Ya graduados, por el año 1972 coincidimos en algunos seminarios de física teórica, donde él ya era una estrella, incluso entre los profesores más respetados.

Unos veinte años después, en ocasión de una pasantía mía en la Universidad de Roma, interactué con Giorgio en un ambicioso proyecto de investigación. El trabajo que se me asignó no pudo confirmar la brillante hipótesis de la investigación, de modo que con esa presentación terminó nuestra interacción.

Si bien Parisi ha navegado con originalidad en muchos mares de la física moderna, desde las partículas elementales hasta los “big data” y la computación paralela, dejando huellas en cada campo, su mayor contribución, reconocida también por la Academia Sueca de Ciencias, ha sido en la mecánica estadística de los sistemas desordenados, en particular de ese complejo sistema llamado “vidrios de espín”.

Considero que poner orden en el caos es la actividad más sublime del ser humano y la más cercana a su esencia de estar hecho a “imagen y semejanza” de Dios. En efecto, según el Génesis, la creación del universo fue el resultado de una “separación” de lo que estaba mezclado y confundido: la tierra de las aguas, la luz de las tinieblas, el día de la noche, el varón de la mujer. De hecho, el concepto filosófico de la creación de la nada no pertenece a la cultura ni al lenguaje semítico. Consecuentemente, el pecado implica reintroducir el desorden en el mundo, creado bueno y ordenado por Dios, de modo que empecinarse en buscar el caos en lugar de orden es la actividad más oprobiosa del ser humano. Dejo al lector las aplicaciones a la realidad política boliviana actual.

Para documentar mejor esta columna, he repasado en la web algunas entrevistas del profesor Parisi, anteriores al premio. Algunas de sus respuestas merecen ser compartidas.

Ante la trillada pregunta de cómo conciliar la ciencia con la religión, Parisi, hombre creyente, de izquierda y fanático de bailar “salsa”, primero cuestionaba que esa pregunta estuviera dirigida casi siempre a científicos y no a personas de otras disciplinas, como futbolistas, bailarines, políticos o chefs. Luego, distinguía los diferentes ámbitos en los que se desenvuelven ciencia y religión: la primera con los métodos e instrumentos del mundo físico, la segunda en el ámbito trascendente, sin que haya posibilidad de examinar cada una de ellas con los métodos de la otra.

Otro aspecto de interés que se destaca en sus entrevistas es que no basta nacer genio para alcanzar el éxito: se necesita estudio, trabajo, dedicación y una pizca de suerte. De hecho, Giorgio cuenta que en tres ocasiones él y sus colaboradores estuvieron a un pelo de alcanzar un resultado relevante, pero que, por diferentes causas, no lograron “ver” lo que tenían entre manos, mientras otros grupos sí lo lograron y se quedaron con la autoría del descubrimiento.

Finalmente su compromiso social, particularmente con el medio ambiente y los jóvenes investigadores, se manifiesta mediante campañas por más fondos y más becas, con el fin de evitar la fuga de cerebros que sufre su país.

Publicado el 16/10/21 en Página Siete y otros medios nacionales.

Responsabilidad compartida y diferenciada

Ante un accidente de tránsito, un desastre ambiental o un hecho criminal es natural preguntarse: ¿Quién es el responsable? ¿De quién es la culpa? 

Normalmente la asignación de la culpabilidad corresponde a una investigación objetiva, en la ciencia como en la vida social y, usualmente, la responsabilidad no es de una sola parte, incluso en situaciones límites. En mi larga vida de conductor de automotores en Bolivia, me tocó vivir una experiencia insólita: el Transito me asignó un porcentaje de responsabilidad cuando mi automóvil fue chocado estando adecuadamente estacionado en la calle.

De modo que la responsabilidad suele ser “compartida” entre todos los involucrados y no atribuible a una sola parte, a un solo individuo o a un solo gobierno.

Por ejemplo, el cambio climático, consecuencia del calentamiento global, es responsabilidad de todos en la medida en que todos contribuyen a contaminar la atmósfera, deforestar la tierra y quemar energías fósiles.

En el caso de conflictos sociales con pérdida de vidas humanas, siempre existe una responsabilidad compartida, entre los que se exceden en el uso de la fuerza pública y los que se exceden en el riesgo de tener bajas en sus filas en un escenario incontrolable. Los viejos dirigentes sindicales sabían hasta dónde podían “estirar la soga” sin comprometer la incolumidad de sus compañeros, porque valoraban la vida más que el cálculo de especular con las víctimas. Pienso en la actitud prudente y responsable de la COB en 1986 durante la Marcha de la Vida.

Asimismo, cuando un gobierno reclama por la “responsabilidad” de los medios de comunicación, para que ese llamamiento no parezca hipócrita e interesado, debería empezar por dar el ejemplo en casa, ya que los medios estatales y paraestatales suelen ser los menos responsables en el manejo de las noticias. 

El otro atributo fundamental de la responsabilidad es que es “diferenciada”: todos contribuyen a una eventualidad, pero no todos en el mismo grado.

En el caso mencionado del cambio climático, los países que más consumen energía y combustibles fósiles (China, EE. UU. y Europa) tienen una mayor responsabilidad en los efectos del cambio climático, pues éstos suelen ser más destructivos en los países de mayor vulnerabilidad ambiental y económica. Por eso su contribución a la mitigación y reparación de los daños ambientales debe ser mayor. Y lo propio podría decirse acerca del incremento de los cultivos de coca en Bolivia.

También en el caso de los conflictos sociales y políticos, como los de noviembre de 2019, la responsabilidad, además de compartida, es diferenciada. Los que desconocieron la voluntad popular, los que contaminaron dolosamente el escrutinio electoral, los que diseñaron un plan macabro de renuncias colectivas para sumir al país en el caos, por intereses personales y sectarios, ellos son los mayores responsables de esos hechos luctuosos. Sin embargo, manipulando la justicia a su antojo, andan libres e incluso pontifican acerca de responsabilidades ajenas.

Asimismo, la responsabilidad de un medio estatal, financiado por todos los bolivianos, cuando deja de ser equilibrado y verdadero en la información, es mayor de la de un medio privado que suele responder a intereses de sus dueños, reales o palos blancos. De hecho, puede suceder que las burdas tergiversaciones de los medios oficialistas provoquen en la prensa independiente una reacción en contra de esas distorsiones, a costa de un acercamiento equilibrado a la verdad.

En fin, en una sociedad contagiada por el virus del odio y el fanatismo como la nuestra, antes de buscar perdón y reconciliación, ¿no deberíamos empezar por reconocer nuestra parte, común y diferenciada, de responsabilidad?

Publicado en Página Siete el 25/8/2021

Una buena dosis de sofrosine

No, estimado lector, la sofrosine no es un remedio, tampoco una vacuna. En la mitología griega, Sofrosine fue uno de los espíritus que escaparon de la caja de Pandora cuando ésta la abrió. Entonces Sofrosine huyó hasta el Olimpo, abandonando para siempre a la humanidad en poder de Hybris.

En la literatura griega antigua la sofrosine es la virtud ideal de un individuo bien equilibrado, y que, por eso, manifiesta otras cualidades, como la templanza, la moderación, la prudencia y la autoestima. Todo lo contrario del descontrol, la arrogancia y la ira (hybris). Los romanos le decían “sobrietas”.

Se sabe que la interpretación metafórica de la mitología alumbra diferentes campos del conocimiento humano.

Un concepto equivalente a la sofrosine ha permitido desarrollar la física clásica desde Newton, mediante la descripción de los fenómenos mediante una sucesión de estados de equilibrio. De hecho, un sistema, sujeto a fuerzas moderadas, suele alcanzar un estado de equilibrio estable.   Un ejemplo puede ayudar a entender la anterior analogía. La famosa capa de ozono se forma a una altura entre 20 y 40 km de la atmósfera porque más arriba hay mucha radiación UV y poco oxígeno, elementos indispensables para formar el ozono, y más debajo de 20 km hay poca UV y mucho oxígeno.  Asimismo, en las clases de física mis alumnos se volvían especialmente participativos cuando preguntaba: “¿por qué los aviones comerciales suelen volar a una altura de unos diez kilómetros?”. La respuesta está otra vez en el equilibrio entre la eficiencia energética por volar a más altura (a menor densidad del aire, menor consumo de combustible) y la resistencia estructural de la nave, cuyo costo y peso se incrementan con la altura.  Consideraciones similares valen también para otras disciplinas científicas, como la ley biológica del equilibrio (dinámico) entre predadores y presas.

Lo sorprendente es que las anteriores observaciones pueden aplicarse hasta a la política. Por ejemplo, incluso el manoseo de la justicia debe hacerse con sofrosine, algo que el actual gobierno no acaba de entender. Una presión moderada sobre fiscales y jueces puede tal vez ayudar a acelerar el desenlace de unos casos ejemplares, pero un abuso descarado del sistema judicial se vuelve un bumerán para la credibilidad democrática del gobierno. Es exactamente lo que está sucediendo con el apresamiento abusivo de la expresidenta Jeanine Añez, donde la hybris parece sobreponerse a la sofrosine. Por cierto, el informe del GIEI es una muestra de sofrosine y la conducta de Luis Arce lo es de la hybris.

El insigne filólogo Bruno Snell (“El descubrimiento del espíritu”, 1946) sostiene que la hybris es el primer enemigo de la democracia, en tanto fuerza contraria al equilibrio al que deben aspirar el individuo y la sociedad en el desenvolvimiento de sus acciones. Snell tenía como referencia al nazismo; 75 años después nuestros referentes son otros, interna e internacionalmente.

En verdad, el actual momento político requiere una buena dosis de sofrosine y una purga de hybris, no solo en el gobierno, que es quien más las necesita, sino también en las oposiciones, aún en busca de la justa mesura entre lo relevante y lo accidental de su fiscalización. En efecto, una oposición desmesurada consigue cohesionar las diferentes corrientes del partido de gobierno, mientras una oposición razonable logra poner en evidencia las contradicciones de esa coalición corporativa.

En fin, ¡qué hermoso sería si, desde este mes de la Patria, el espíritu sometiera los instintos y frenara las pasiones, y nos tratáramos como personas, diferentes en muchos aspectos, y no como enemigos; en resumen, si la sofrosine dominara sobre la hybris.

Publicado en Página Siete (y otros medios nacionales) el 21/08/2021

La sexualización de la ciencia

Bruna Costacurta, amiga de mis tiempos universitarios, se despidió recientemente de la cátedra de Antiguo Testamento en la universidad Gregoriana de Roma mediante una clase, realmente “magistral”, con lleno total y “standing ovation”, durante la cual relató sus primeros pasos en esas aulas, enfatizando dos aspectos: su condición de “leprosa” ante sus compañeros (instruidos, por supuesto, por sus superiores religiosos) y el trato “neutro” de los docentes que no la penalizaron por ser la única mujer del curso, pero tampoco le concedieron privilegios.

Su mensaje apuntaba a que la inclusión es necesaria y justa, si cumple con dos reglas de oro: no discrimina, ni otorga privilegios. Es un hecho común que, para reparar una injusticia, se busque una compensación que genera otra injusticia; como cuando se favorece a una persona “solo” porque es mujer, porque es pobre, porque es indígena. Actuando así se les hace un flaco favor a esas categorías sociales, a la larga.

En efecto, el fanatismo en cuestiones de género puede llevar a graves distorsiones del desarrollo de la ciencia y de las relaciones humanas, como en el caso que paso a comentar.

La Academia Nacional de la Ciencia (NSA) de EE. UUU. acaba de expulsar a uno de los más prestigiosos investigadores en el campo de la genética evolutiva, el profesor “neodarwinista” Francisco J. Ayala, autor de fundamentales trabajos que he tenido el privilegio de comentar y divulgar en el pasado.

Antes de esa ignominiosa expulsión, la Universidad de California en Irvine (UCI), después de un proceso interno, había condenado al ostracismo académico a su docente estrella, incluyendo el retiro de su nombre de la biblioteca y de las becas de las cuales era el principal mecenas. La falta, interna y laboral, no punible criminalmente, sería su “conducta sexista” con base en testimonios de tres “víctimas”: una autoridad académica (y activista de #MeToo), una colega y una administrativa.

La sanción ha suscitado una fuerte controversia en el mundo científico norteamericano y español (Ayala nació en Madrid hace 87 años y dejó el hábito dominico para dedicarse plenamente a la investigación). Eminentes figuras se han alineado en defensa de su colega, escandalizadas de que “testimonios” y no “hechos” lleven el accionar del mundo científico hacia una caza de “brujos”.

Aparentemente a Ayala no se le ha condenado por acosar sistemáticamente, sino por ofender a colegas de trabajo con palabras y gestos inapropiados según los estándares actuales, como lanzar un piropo machista o saludar (a la europea) con un beso en la mejilla. ¡Con esos criterios, a un pluridoctor “honoris causa” boliviano le esperaría la horca! En todo caso, la sanción es exagerada y cruel, si tomamos en cuenta las atenuantes de edad, cultura y daño real infligido. ¿Habrá, a la larga, docentes varones que se arriesguen a ser tutores de tesistas mujeres?

Por tanto, es una verdadera aberración que el avance de la ciencia, tarea fundamental de la humanidad, sea sexualizado por códigos de ética de alcance disciplinario.

No siempre fue así. Por ejemplo, el joven Leonardo da Vinci pudo continuar su genial carrera artística a pesar de una acusación (gravísima entonces) de homosexualidad y la Inquisición fue tolerante con Galileo, a pesar de haber tenido dos hijas fuera del matrimonio (todo un escándalo para la ética de ese tiempo). Sin embargo, Richard Feynmann, premio Nobel de Física, quien solía condimentar sus amenas clases con chistes machistas (tolerados en los años 60), sigue siendo hostigado por grupos feministas radicales, hasta en su tumba. No dudo que todos ellos hoy en Bolivia estarían recluidos en una cárcel, mientras los parafiscales siguen “investigando”.

Publicada en Página Siete el sábado 10 de julio de 2021.

Si la sal (de litio) pierde su valor, ¿con qué se la salará?

Ese versículo del Evangelio (Mt 5,13) representa un desafío para una mente racional. Es una sentencia de Jesús que le sigue al sermón de la montaña. Los bienaventurados discípulos son identificados con “la sal de la tierra”, una expresión que pone en duda la interpretación tradicional de que los cristianos, por más pequeño que sea su número, actúan en el mundo como la sal en la sopa: “c.s., cantidad suficiente”.

En efecto, la anterior interpretación no condice con la misión recibida de hacer discípulos a todas las gentes, ni con la realidad de los países mayoritariamente cristianos. Tampoco está acorde con la medicina moderna que sugiere salar la comida “cum grano salis”. De modo que, eso de ser sal que enferma a otros nunca me ha convencido.

Adicionalmente, al margen de que la sal en la antigua Palestina se sacaba “del agua” del Mar Muerto y no “de la tierra”, queda el enigma de cómo puede perder su propiedad (o sea, volverse insípida) una sustancia tan elemental como es el cloruro de sodio.

Eso no va con la ciencia ni con mi convicción de que, cuando surge un conflicto entre ciencia y religión, la que tiene que adecuarse a la explicación científica es la religión ya que ambas, ciencia y fe, lejos de enfrentarse deberían complementarse.

En el caso específico, la ciencia puede ayudar a entender mejor esa sentencia, mediante una explicación sencilla que combina la “sal de la tierra” con la pérdida de su propiedad. En efecto, al tiempo de Jesús se cocinaba en hornos de barro cuyo piso refractario estaba hecho de bloques de sal. Éstos, con el uso, perdían su función y debían ser reemplazados. La sal quemada era echada a la calle para rellenar los baches, como refleja el mismo versículo al añadir: “solo sirve para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres”.

Menciono esa metáfora bíblica a propósito de la tragicomedia nacional de la explotación de otras sales (las de litio) y del peligro inminente de que esos recursos pierdan su valor comercial.

Como nadie puede negar, la demagogia del MAS y el diletantismo de los encargados de conducir el proyecto de explotación del litio, con el condimento (es el caso de decirlo) de expectativas cívicas exageradas acerca de una renta proveniente de recursos minerales, han producido una “tormenta perfecta” que está a punto de hacer naufragar los sueños de volvernos una potencia “evaporítica”.

Las razones son evidentes. Por un lado, existe un claro retraso del país en la extracción de litio, a pesar de haber sido pioneros (¡pioneros frustrados!) en reconocer su valor en la década de los ‘90.   Por otro lado, durante 13 años se ha buscado descubrir la pólvora usando mechas mojadas; esto es, intentando producir carbonato de litio mediante métodos ineficaces (la evaporación solar) e ineficientes (para eliminar las elevadas impurezas de magnesio) sin lograr un producto de calidad batería.

En suma, ¡muy “salada” nos salió la cuenta del improvisado experimento!: más de 600 millones de dólares gastados “al fósforo”; más bien, “al magnesio” en este caso.

Por cierto, el tiempo se acaba: todo indica que el auge del litio tiene una vida limitada, debido a que su uso principal (en las baterías eléctricas) encontrará pronto substitutos en materiales más baratos, abundantes y eficientes.

Por eso no me sorprende que el gobierno intente revertir la fracasada política anterior buscando acelerar la explotación del litio mediante una licitación internacional que ha interesado a empresas líderes del sector.

Personalmente, al margen de las declaraciones destempladas de un viceministro, veo una buena señal para recuperar tiempo y dineros malgastados. ¡Ojalá que los salares se conviertan pronto en el “salario” de Bolivia!

Publicado en Página Siete y otros medios nacionales el 12/06/2021