Archivo

Posts Tagged ‘transición energética’

La sal en la ensalada no proporciona calorías

Publicada el 4 de marzo de 2023 en Página Siete (digital), y otros medios nacionales.

La historia económica de Bolivia está marcada por ciclos explotadores y exportadores de recursos naturales no renovables. Primero, durante más de tres siglos, fue la plata; el siglo XX vio el auge del estaño y, al terminar éste, se desarrolló a lo largo de unos 50 años (un período cada vez más corto) el ciclo de los hidrocarburos.

Cada uno de esos ciclos, mediante su aporte en divisas, contribuyó, en alguna medida, al desarrollo del país y produjo un salto cuantitativo y cualitativo en la economía boliviana, consolidando, al mismo tiempo, el sistema rentista, que mantiene el Estado.

Desafortunada y culpablemente, el ciclo del gas está llegando a su fin, de modo que es natural preguntarse cómo se sostendrá a futuro la economía del país. Mi percepción es que no habrá un ciclo dominante, sino ciclos menores que coexistirán: la agroindustria, la omnipresente minería (minerales tradicionales, oro y tierras raras) y, en especial, el litio. De hecho, las esperanzas de nuestros gobernantes están depositadas en la explotación de los salares que contienen recursos evaporíticos de clase mundial.

Sin embargo, ¡qué nadie se engañe!: no se trata solo de incentivar y cuidar ciclos económicos que garanticen los ingresos necesarios para el desarrollo del país (¡las proteínas). Se necesita, además, fuentes energéticas que alimenten y sostengan esos ciclos (¡las calorías!). Ni la agroindustria, ni la minería, ni el litio pertenecen a ciclos energéticos. Solo YPFB, “la fuerza que (podía haber) transforma(do) el país”, asegura, mediante los hidrocarburos, divisas y energía.

Para ser más específico, los agrocombustibles no son más que un parche, acotado y caro, para reemplazar un porcentaje poco relevante de los combustibles fósiles y tienen, además, el grave defecto de mantener subsidios ciegos y alentar la demanda, cuando de reducir y reemplazar la oferta se trata.

El litio, en contra de lo que reza un enorme valla colocada en el frontis del Campo Ferial de La Paz, no significa en absoluto “la industrialización de la energía del futuro”. Según una famosa expresión de Elon Musk, el litio es tan solo “la sal en la ensalada” porque representa un porcentaje ínfimo de una batería, en volumen, peso y valor monetario. Necesario, por supuesto, indispensable por ahora, ciertamente; pero ínfimo. Dicho sea de paso, mucho nos preocupamos por la soberanía de la extracción del litio, cuando su cadena de valor nos muestra que el factor multiplicador llega a veinte si logramos tener participación en la producción de baterías, acá o en la China, donde sea más conveniente.

En consecuencia, cabe preguntarse: ¿De dónde sacará Bolivia la energía necesaria para alimentar su economía, una vez que YPFB haya terminado de perder su potencia transformadora?

La respuesta está en el desarrollo de las fuentes renovables que Bolivia posee en abundancia; dos principalmente: el agua de la Cordillera Oriental y la radiación solar del Altiplano.

Ante el desafío de producir y garantizar (sin seguir importando) la energía necesaria para el desarrollo futuro, uno no puede dejar de recriminar el descuido de la exploración de hidrocarburos en los últimos años y el irresponsable retraso en diseñar y poner en marcha un plan de transición energética adecuado a la realidad del país.

Por último, el fin del ciclo del gas tiene también implicaciones políticas relevantes. El reemplazo del gas por la electricidad reducirá sensiblemente la renta que solía aportar el gas. De hecho, ya lo estamos sufriendo. Esto implica que el actual modelo de desarrollo estatista deberá adecuarse a los (menores) impuestos que le pueden aportar los otros ciclos económicos y ceder campo al capital privado como motor del desarrollo.

El nuevo rol del gas natural

Ha quedado demostrado una vez más que la influencia de los programas de gobierno en una elección es insignificante, porque pocos los leen y menos los entienden; sin contar con que el papel aguanta todo y otra cosa es con guitarra.

El programa del MAS, además de estar plagado de mentiras piadosas con el fin de justificar los desaciertos y derroches de la gestión de los últimos 14 años, tiene el pecado capital de mantener separados sectores como hidrocarburos, energías y medio ambiente que hoy suelen considerarse de manera conjunta e interrelacionada. De hecho, la fusión de Hidrocarburos y Energías en un solo ministerio sería un buen comienzo.

Es un hecho que la transición de las fuentes fósiles a las renovables es la respuesta mundial para mitigar el calentamiento global. Sin embargo, para Bolivia esa transición es también una necesidad ante el agotamiento del ciclo del gas que, durante los últimos 50 años, ha proporcionado divisas y rentas al país. Hoy, la eventualidad de hallar nuevas reservas solo podría dilatar la agonía, porque la extracción del gas y su disminuida exportación a los inciertos mercados regionales no son ninguna garantía para la estabilidad económica y energética del país a largo plazo.

Consecuentemente, es necesario redefinir el rol del gas natural en la transición energética que Bolivia debe encarar ya. Desde luego la exportación seguirá siendo una fuente de divisas y rentas para el funcionamiento del Estado, de modo que los ajustes vendrán del lado del mercado interno.

Se ha repetido hasta el cansancio que no tiene sentido generar electricidad con gas natural cuando se tiene abundantes fuentes de energía renovable. El tan cacareado superávit de potencia eléctrica instalada es consecuencia de una irracionalidad que deberá corregirse, manejando sagazmente los temas de tarifas y subsidios que condicionan las medidas requeridas.

Por cierto, reemplazar el gas por fuentes renovables (agua, sol y viento) obliga a cortar el cordón umbilical del rentismo, porque la electricidad no da regalías ni IDH, menos bonos. Sin embargo, lo que el Estado pierde en rentas lo gana en empleos, producción, inversiones e impuestos. En otras palabras, la transición energética puede acelerar el cambio de modelo de desarrollo que todos dicen anhelar. En resumen, las reservas de gas que aún quedan deben cumplir, mediante una especie de “sacrificio redentor”, la función de motor de la transformación del modelo económico.

Además de la generación eléctrica, que utiliza más del 40% del gas destinado al mercado interno, el gas se consume en las redes domiciliarias, la industria y el transporte (GNV).  Sin tocar las redes domiciliarias (“la energía para los bolivianos”), la industria que no depende del calor puede ser electrificada y el transporte diversificado. En efecto, gas, gasolinas, diésel, biodiésel de primera y segunda generación tienen cada uno su propio nicho, si son capaces de convivir y, sobre todo, competir con los demás combustibles. En particular, el transporte eléctrico es una opción vigorosa y, en el caso de Bolivia, los excedentes de GLP pueden reemplazar técnica y económicamente la gasolina mucho mejor de como lo hace el polémico bioetanol. Para que todo eso se haga realidad, se precisa ajustes y cambios profundos en leyes y normas.

En ese contexto, referirse en detalle al plan de energía del MAS, ideologizado y carente de una visión holística del sector, y a sus propuestas, muchas de ellas impracticables, como la insistencia en la fallida industrialización y la apuesta a los biocombustibles, es una pérdida de tiempo. Sin contar con que a las inversiones externas hay que buscarlas y no esperarlas pasivamente con guirlandas de coca.

Publicado en Página Siete el 31/10/2020